Pero a nada que se descuide el Sil, el fiel perro guardián, siguiendo el rastro de algún corzo esquivo, y su amo tenga que llegarse a casa para atender a algún asunto urgente , las cabras despreciando el fácil pasto, sin duda aburridísimo para ellas, trepan al monte sobre el Pousadoiro, lleno de brezos y dificultades, donde las urces prenden entre peñas. Allí disfrutan libres como locas, por los altísimos despeñaderos que caen a plomo sobre el Porcarizas.
Después el problemón es retrotraerlas al corral, sobre todo si hay mal tiempo y cae noche cerrada sin estrellas.
Y es que la cabra, como alguna gente, aragonesa o no,como algunos "pueblos" del nordeste o no, es tozuda y siempre que puede tira al monte y nunca da sus cuernos a torcer si no es por la fuerza. Por razones de fuerza, si es que cede, y jamás de jamases viceversa