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lunes, 22 de junio de 2015

El último rebaño

Hubo un tiempo ya histórico y de época, en  que Villar rebosa de facenda. Así los montes conservaban justo  su natural balance y  equilibrio y no hacía falta cortafuego alguno porque no había incendios. O muy raros. No hacían falta, pues por no haber no había ni gasolina ni con qué provocarlos.







Hoy no hay  vacuno desde que el  vaquero  último se desentendiera  ha poco de su media docena  de cabezas. Y la vecera se reduce a un par de socios con seis  cabras cada uno. Todos los  Lentelláis son  para ellas con sus  brotes de flores abrileñas.






 Pero  a nada que se descuide el Sil,   el fiel perro guardián, siguiendo el rastro de algún corzo esquivo, y  su amo    tenga que llegarse a casa para atender a algún asunto urgente , las cabras despreciando el fácil pasto, sin duda aburridísimo  para ellas, trepan  al  monte sobre el Pousadoiro, lleno de brezos y  dificultades, donde las urces  prenden entre  peñas. Allí disfrutan libres como locas, por  los  altísimos despeñaderos que caen a plomo sobre el  Porcarizas.




Después  el problemón es retrotraerlas al corral, sobre todo si hay mal tiempo y  cae noche cerrada  sin estrellas.

Y es que la  cabra, como alguna gente, aragonesa o no,como algunos "pueblos" del nordeste o no, es tozuda y  siempre que puede  tira al monte y nunca da sus cuernos a torcer si no es por la  fuerza. Por razones de fuerza, si es que cede, y jamás de jamases viceversa