
Hubo un tiempo ya histórico y de época, en que Villar rebosa de facenda. Así los montes conservaban justo su natural balance y equilibrio y no hacía falta cortafuego alguno porque no habÍa incendios. O muy raros. No hacían falta, pues por no haber no había ni gasolina ni otra cosa con qué provocarlos.
Hoy no hay vacuno desde que el vaquero último se desentendiera ha poco de su media docena de cabezas. Y la vecera se reduce a un par de socios con seis cabras cada uno. Todos los Lentellais son para ellas con sus brotes de flores abrileñas.
Pero a nada que se descuide el Sil, el fiel perro guardián, siguiendo el rastro de algun corzo esquivo, y su amo Lorenzo tenga que llegarse a casa para atender a algun asunto urgente , las cabras despreciando el fácil pasto, sin duda aburridísimo para ellas, trepan al monte sobre el Pousadoiro, lleno de brezos y dificultades, donde las urces prenden entre peñas. Allí disfrutan libres como locas, por los altísimos desfiladeros que caen a plomo sobre el Porcarizas.
Después el problemón es retrotraerlas al corral, sobre todo si hay mal tiempo y cae noche cerrada sin estrellas.
Y es que la cabra, como alguna gente, aragonesa o no, como algunos "pueblos" es tozuda y siempre que puede tira al monte y nunca da sus cuernos a torcer si no es por la fuerza. Por razones de fuerza, si es que cede, y jamás de jamases viceversa.